(Este post surge de una conversación virtual entre amigos. Partiendo del fútbol fuimos transitando por caminos diversos y alguien lanzó el reto de escribir desde cada punto de vista intentando ir más allá de lo estrictamente futbolístico.. Esta es mi aportación)
Cuesta creer que un aficionado al fútbol no sea del equipo de su ciudad o su región. Es algo que de niño no me cabía en absoluto en la cabeza y hasta sentía cierta pena por aquellas capitales de provincia que no estaban en primera división. Cuesta creer que la gente sea de alguno de los grandes equipos que lo ganan todo, que cuentan en sus filas con los mejores jugadores, los mejores estadios y la posibilidad de hacer un mejor juego, sea lo que sea eso que se llama "buen juego". Suena ilógico pero en mi subconsciente suena evidente. No hay que ser del que mejor juega, hay que ser de los nuestros.
Vivo en una tierra muy vinculada a su equipo de fútbol. Una tierra que siente con orgullo los colores rojo y blanco. Unos colores que traspasan el estadio e impregnan la sociedad. Un equipo capaz de crear una jerga alrededor de él: cachorros, chavales (o txabales), leones, catedral, rugir, cantera,.... Una institución de claro carácter identitario, jugando con un determinado perfil de jugador, sumergida en un simbolismo cuyos límites son consecuencia de un contexto auto-aceptado. Límites, por cierto, sujetos a debate y controversia por ser utilizados tanto para la defensa como para el ataque a dicho club
Un club sustentado, aparentemente, en el vínculo emocional que se establece entre sus jugadores, su estadio y todas las liturgias que sus aficionados van aprendiendo desde niños: el primer partido, el primer autógrafo, el respeto a los rivales, la afición señorial y su capacidad de movilización, etc.
De vez en cuando, algún verano como puede ser éste, sucede algo que sacude los cimientos de la post-verdad en la que este club vive desde mucho tiempo antes de que el término existiera. Resulta complicado definir eso de la post-verdad dada la novedad del término pero me quedo con aquella que la define como algo parecido a "una mentira emocional". Una creencia, que no siendo cierta se toma como tal debido al vínculo emocional que con su contenido se crea. Y esto ocurre con tal intensidad en determinados momentos, que aun demostrando con hechos y pruebas la no certeza, se sigue asumiendo como tal.
Mi equipo forma parte de una competición cuyos dirigentes han decidido que convertirse en un negocio y un espectáculo es la única manera de sobrevivir. Eso, supone la entrada de dinero y de quien lo tiene: personas con otros códigos, otros valores. Nosotros seguimos viendo partidos épicos en el barro dónde no lo hay, corners que son medio gol cuando metemos uno de cada 70 lanzados, oímos rugir a la afición cuando la cantidad de aficionados que se levantan y se van antes de que termine el partido es considerable, y, del mismo modo, creemos que nuestros jugadores nunca nos abandonaran anteponiendo la historia, los valores y los símbolos a su propio y justificado desarrollo profesional y económico.
Sufrimos cuando nos dicen que el emperador está desnudo y en esos momentos echamos mano con urgencia de los relatos y los recuerdos que son la excepción y no la regla. Repasen. Pero aceptemos que el fútbol no es ajeno a lo que en la sociedad sucede y sus jugadores son producto de los tiempos que vivimos. Aceptemos que hay momentos en que la realidad nos pone ante la certeza y cerremos la puerta cuando haga frío para poder seguir viviendo en nuestra post-verdad. Porque el verdadero poder del Athletic, hoy en día, es ese. Y no es algo necesariamente malo, sólo hay que ser conscientes de ello.
y aquí para los otros interesantes puntos de vista de este reto:
HONTZA: Identidad y compromiso
KORAPILATZEN: Athletic Club: identidas y compromiso en tiempos #TRANS
EZ NEKEAK!: Césped de invernadero. El asunto Kepa Arrizabalaga